Querida Tulipán,

Las flores tienen un lenguaje propio, uno que no necesita palabras para ser comprendido. En su silencio, nos enseñan lecciones sobre el tiempo, la paciencia y la belleza de lo efímero.

Los lirios rosas, por ejemplo, son un reflejo de la elegancia y la gracia. Se alzan con una presencia majestuosa, pero en su núcleo guardan una suavidad que solo quien se acerca lo suficiente puede percibir. Representan la admiración sincera, aquella que no busca poseer, sino simplemente contemplar y apreciar. Me pregunto cuántos han pasado de largo sin detenerse a observar la delicadeza de sus pétalos, la complejidad de sus matices. A veces, lo más hermoso es también lo más ignorado.

Los tulipanes, en cambio, tienen un carácter diferente. Son la promesa de la primavera, de los nuevos comienzos. No se alzan altivos, pero aún así poseen una fuerza discreta. Son flores que crecen incluso en climas duros, que resisten los fríos inviernos para florecer con más intensidad cuando llega su momento. Son símbolo de la esperanza y de la confianza en lo que está por venir.

A veces pienso que los lirios y los tulipanes no son tan diferentes. Uno es majestuoso y el otro resistente, pero ambos nos recuerdan que la belleza no está en imponerse, sino en florecer a su manera, en su propio tiempo.

¿Y nosotros? Tal vez somos un poco de ambos. Hay días en los que somos lirios, buscando admiración sin pedirla, y otros en los que somos tulipanes, encontrando fuerza en nuestra propia naturaleza.

Me agrada la idea de compartir estas reflexiones contigo.

Con estima,
Kim